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lunes, 12 de octubre de 2015

Naturaleza viva



Caminabamos por un sendero irregular, hermoso, bajo un cielo encapotado que, a mí, particularmente, no suele parecerme interesante porque la escasa luz oculta la belleza real de los paisajes, pero que en aquel paraje encantado se reforzaba la magia entre brumas y oscuridades, envolviéndolo en una bruma de ensueño que pareciera fruto de un encantamiento antinatural. El suelo era arenoso, como de arcilla rojiza, embarrado a tramos por el efecto de la nubosidad líquida del aire, lo que dificultaba aún más el avance en una pronunciada cuesta ascendente demasiado prolongada que nos cortaba la respiración.

Bromeábamos por las aves que sobrevolaban el cielo sobre nosotros, pensando que eran buitres a la espera de que alguno diera un mal pie y cayera sin remedio por algún  espacio inaccesible y con resultados nefastos. Cosa que no ocurrió, por suerte.

Fatigada, me recosté contra un árbol, admirando el paisaje repleto de hojas caidas y alcornocales despellejados, en unas tonalidades otoñales, uniformes, todo vestido de verdes y marrones. La vegetación caída, para colmo, hacía aún más dificultoso el ascenso porque las hojas sueltas te hacían patinar y te desestabilizaban. Mientras recuperaba el aliento y miraba con resignación la porción de ascenso que aún nos quedaba, solté la mochila para sacar una botella de agua y hacer un par de fotos con el teléfono móvil, encandilada con el paisaje.

Bebí un buen trago y me relajé unos instantes, con los ojos cerrados, respirando el aroma refrescante del ambiente. Al abrir los ojos ví que mis compañeros habían continuado y se me habían perdido de vista. A mis pies, revoloteaban unas hojas en un extraño remolino caprichoso, sin que hubiera viento alguno que propiciara aquel fenómeno. Era un pequeño baile circular, en el centro de un hueco resguardado por altos alcornoques, que se retorcía regular, acompasado pero a gran velocidad. Era un fenómeno curioso, que no había visto antes. Me agaché para inspeccionar el suelo, cubierto de hojarasco, y toqué la zona de alrededor. No parecía haber nada, ni huecos ni corriente de aire interna. El movimiento se hizo desacompasado y más grande, abarcando más terreno, removiendo más el suelo, ahora con más fuerza y desenfreno, errática, casi animal. De hecho, las hojas comenzaron a volar hacia arriba, pero sin salir despedidas, recortándose, si se le echaba imaginación, en una pequeña figura humanoide de proporciones enaniles y forma cada vez más definida. Giraban frente a mí, hasta llegar a la altura de mi pecho, entrelazadas ahora, compactándose en una forma completa, con todo lujo de detalles. Dos hojas de color ocre formaban unos ojos achinados que se congestionaban, mirándome con curiosidad, con más vida que cualquier ojo hecho de carne. El pelo era largo, formado de más vegetación padusca, que ondulaba incesante alrededor de las formas sobresalientes de sus hombros abultados, casi jorobados. Era endeble, delgado, como un duendecillo de cuento.

 


Con una mirada entre pícara y curiosa, me miraba de arriba abajo, sin moverse, más divertido que asustado. O divertida, vete a saber.

Yo estaba paralizada. El espacio que nos rodeaba había desaparecido. Sólo estaba aquella criatura y yo. Y no sé si por la sorpresa o el desconcierto, pero lo cierto es que no tenía miedo, no me sentía asustada. Me sentía extraña, con una paz interior dificil de explicar, casi tangible. Era como si tuviera una aureola que me envolvía, que nos envolvía a los dos. No sé cómo explicarlo. Era como si, a través de sus ojos, viera a la naturaleza viva, no como la sentimos cuando paseamos por el campo, sino como un ente realmente tangible, complicado y sensorial. Era como si los árboles, las piedras y los animales se congraciaran en un todo visceral, en algo corpóreo, en sintonía con el aire, en constante vibración. A través de sus ojos ví en cielo danzar sobre mí, las nubes moviéndose como a cámara rápida en un ir y venir irreal, los ramas agitándose en un movimiento pequeño y espasmódico, pero perfectamente identificable, los sonidos intensificados como si los animales estuvieran agitándose dentro de mi pecho… Fue brutal.

Hasta que abrí los ojos. Abrí los ojos y la hierba seguía en el suelo, como muerta. Los árboles continuaban estáticos, relajados. La naturaleza se volvía a posicionar como momentos antes, como dormida, pero jamás podría volver a verla de la misma manera. No después de haber sentido aquello. Me agaché, agité las hojas en el suelo, esperé, pero nada, todo permanecía inalterable. Pensé por un momento que todo había ocurrido en mi interior, fruto de mi imaginación, del cansancio. No sé, sólo sé que fue hermoso y me hizo ver, comprender el significado de la vida que me rodeaba.


Pensando aún en ello, apareció Elena arriba, al fondo, desde la continuación del sendero, viniendo en mi búsqueda para continuar el camino. Un camino ahora diferente, hermanado con los sentidos.






2015-09-25 Isla Manga Bahía Sur

Fuimos el pasado viernes 25 de Septiembre a la 1ª Isla Manga de San Fernando (Cádiz), sita en el Hotel del complejo comercial de Bahía Sur de la citada localidad. El espacio no era demasiado amplio, pero tampoco se esperaba un aforo multitudinario.

En un principio las entradas se adquirían en algunas tiendas especializadas de la zona, pero no estuvieron cuando fueron anunciadas y tuvimos que volver a acudir a las tiendas para poder adquirirlas.

En el lugar nos encontramos una bonita y espaciosa entrada de hotel, con un pasillo alargado y un par de cómodas antesalas con sofás. Nada mal. A medio pasillo, 2 puertas, 1 a modo de taquilla y otra enfrente para los apartados de videoconsolas, go, juegos de mesa, juegos de cartas y hama, si no recuerdo mal. Primera decepción porque la confección de hama no era una actividad gratuita. Chasco.

Si avanzábamos hasta el fondo, nos pedían la entrada y accedíamos a una sala con más pinta de salón comedor o sala para celebraciones tipo boda, comunión o similar, espaciosa pero no demasiado grande, donde habilitaron un tablao al fondo, algo viejo y roido pero funcional, y varias mesas con tiendas a lo largo de un lateral. Al otro lateral, una terraza alargada donde se realizaban actividades de lucha con espadas y demás, a muy pequeña escala.

Las tiendas eran pocas, y con poca variedad de mercancía. Mucho merchandising en forma de muñeco y demás, algún manga de segunda mano y alguna novedad pero muy poco, y demás material estandar, nada a destacar. Una curiosa tienda de galletas artesanales frikis y chapas, llaveros y similar.

No sé, en mi opinión fue un pequeño "Salón manga" o de nombre a escoger, con un poco de todo pero en muy pequeña escala, todo como una muestra pequeña de lo que debería ser. Escaso para mi gusto, máxime comparado con eventos de más renombre a mayor escala donde es coste de la entrada merece más la pena, o incluso otros eventos paralelos más masivos e incluso de acceso gratuito. En definitiva, los chicos se lo pasaron bien con el karaoke y demás, pero muy escueto todo en relación con la variedad y el precio de la entrada, que no llegaba a compensar con lo que nos ofrecían en el interior.

Esperemos que vaya evolucionando y con los años aspire a más. Aunque me imagino que el Sábado o el Domingo la afluencia fue mucho mayor, yo, personalmente, si no me garantizan más y mejor, no veo meritorio pagar el precio de la entrada por lo que me ofrecieron a cambio.









martes, 30 de junio de 2015

Relato de zombies: Comida podrida

Pareciera como si la comida se pudriera en sus manos, al simple roce de sus dedos se le deshacía como si intentare agarrar un puñado de arena seca. La textura de lo solido se hacia imprecisa, insustancial, barro carcomido por el tiempo y la dejadez. Y el olor era nauseabundo, insoportable incluso en la distancia, caducado años atrás, incomible. Así me sentía cada vez que intentaba probar bocado, y esa desazón, ese querer y no poder, me volvían loco. Tan loco que una rabia desenfrenada se apoderaba de mi ser, de mi entera voluntad hasta dominar incluso mis sentimientos mas contenidos, mis pesadillas mas enterradas.

Aun cuando sabía a ciencia cierta que algo extraño pasaba con mi cuerpo, no acertaba a localizar el foco de la diferencia, pero era indudable que algo no marchaba bien. Tenía trastocados todos mis sentidos básicos, empezando por la vista, entremezclándose imágenes del escenario donde me encontraba, que parecían reales y ciertas, con otras percepciones superpuestas llenas de destellos y coloridos que dañaban mis ojos y me descolocaban, mezclándolo todo en un conjunto surrealista y altamente perturbador que me volvía loco, desquiciado, luchando hasta la extenuación por intentar enfocar la escena y hacerla lógica, natural.

El olfato era otro sentido que tenía gravemente alterado, diría que para peor porque me alteraba aun más si eso hubiera sido posible. Se mezclaba con la perturbadora experiencia visual en un todo caótico y desenfrenado que me desorientaba hasta el ridículo. No me olía a mí, como si fuera totalmente neutro, ni a los animales que se me acercaban y luego huían con los pelos erizados y extraños arrebatos lastimeros de lloriqueos o gruñidos exacerbados. No entendía nada, salvo que no me provocaban sentimiento alguno, si empatía ni sensaciones, eran como piedras en movimiento, como partes móviles de la calzada que se desplazaban con libertad, a capricho.

Vagabundeaba por una calle oscura, huyendo de las luces de las farolas y de los faros de los coches, que me provocaban dolorosos ramalazos eléctricos. Había tirado los restos del sandwitch que había intentado comerme, era incapaz de meterme aquella cosa en la boca y masticarlo, ni tragarlo siquiera sin degustar. Aunque tenia que admitir que el hambre que tenia era descomunal, como no lo había sentido jamas, hasta el punto de que las encías me taladraban la cabeza con martillazos de dolor, y la saliva se me escapaba incontrolable por las comisuras de la boca. Poca cuenta me daba de ello, sin embargo, en mi afán de buscar un momento de descanso a mis dolores físicos, a mi vacío estomacal de grotescas proporciones y a mi entumecimiento cerebral y visual. Si fuera capaz de encontrar un hospital, cualquier tipo de centro sanitario donde pudieran atenderme. Por otro lado, iba a ser una auténtica una tortura entrar allí.

A pocos pasos escuche un ruido y me tambalee de la sensación de vértigo que me produjo. Agarrándome a la pared, intente enfocar la vista y me pareció ver a una mujer saliendo de un coche con el motor aun en marcha. Sí, eso era. Esperé a que bajara del todo. Iría a pedirle ayuda, si conseguía llegar.

La silueta, que permanecía ante mi visión deformada como ondulante y desproporcionada, brillo con una aureola angelical cuando conseguí verla de cuerpo entero. Para entonces, el vehículo siguió su curso y dejo a la mujer allí. Ahora la veía bien... Bueno, algo mas enfocada por ese resplandor que irradiaba y que, no solo no me molestaba, sino que me tentaba con acercarme. de su cabeza despedía hermosos destellos azules y verdes, como si anidara en ella una Vía Láctea de esas tan bonitas que ves en los documentales, llena de reflejos y puntitos luminosos en armonía. Era hipnótico, atrayente... y lo que me resulto mas curioso, avivó mi hambre. Tenía que alcanzarla, tenía que verla de cerca, tenía que hincarle el diente. Algo tenía en su cabeza... no, no en su cabeza, salia por los ojos y las orejas, incluso por los orificios nasales... Salía de su cerebro.

En ese instante lo supe, tenía que comerme su cerebro. Tenía que paliar el hambre... Y eso hice, amparado por las sombras, camine a toda la escasa velocidad que me permitían mis piernas anquilosadas, casi sin hacer ruido, ansioso, meticuloso hasta el extremo, y me abalance sobre ella a la salida del callejón con una furia demencial, dispuesto a despedazarla sin dejar restos, sin darle tiempo a reaccionar.

Y así puedo decir que probé el manjar mas delicioso de todos cuanto he probado nunca. No se que me ocurre, cada vez me siento mas torpe y rudimentario en mis pensamientos y movimientos, peor una cosa me relaja y me despeja momentáneamente, paliando mi hambre y desembotando mis sentidos, y es comer cerebros humanos, cerebros que cazo impunemente en la oscuridad de la noche al amparo de sucias esquinas y callejones con escasa o nula iluminación, y me escondo de la dañina luz del día a la espera de volver a cazar para mitigar el hambre y el dolor. No sé lo que soy, pero tengo algo muy claro... que no estoy vivo y que tengo hambre, mucha hambre....

viernes, 29 de mayo de 2015

Historia de terror: Calma eterna





Los ojos vacíos miraban al cielo, hacia un Sol inclemente que ya no podía hacerle ningún daño a sus retinas marchitas, desechas por el propio paso del tiempo inmisericorde, a través de una corriente ininterrumpida de agua fría y salada que enturbiaba la percepción de la luz y provocaban extraños efectos circulares y en espiral, ondulantes, haciendo que la esfera solar se difuminara en unas formas móviles sinuosas y torturadas.

Eso es lo que le hubiera parecido a aquellas cuencas secas, si no hubieran estado tan vacías e inapetentes. Pero ya no podían ver el Sol, ni aún deformado, ni sentir su calor infiltrarse entre sus cavidades.

El individuo permanecía quieto, inexpresivo, en una extraña paz eterna, entre el murmullo interminable del movimiento acompasado de las olas y la suave caricia del deambular curioso de las pequeñas criaturas marinas que habitaban en las inmediaciones. Era una quietud serena, gozosa, y era lo único que acertaba a comprender. Ya no quedaba nada de su humanidad, ni sus sufrimientos ni sus alegrías diarias. Ni siquiera los recuerdos de aquellos seres que tanta felicidad y pesar, a partes desiguales, habían logrado proporcionarle. Sólo sentía un extraño placer que rozaba lo místico, en el frío perpetuo, en la soledad coronada de luz de Sol o de estrellas titilantes, en la falta de anhelo por vivir. Sí, podía llamarse placer a la sensación de no sentir, o mejor aún, a la falta de sensaciones humanizadas, a la despreocupación por lo físico. Si vida se reducía ahora a un flotar acompasado, situado entre las fronteras de la conciencia y la inconsciencia, cada vez más cerca de la segunda que de la primera, cada vez más muerto, más ido, a una velocidad imperceptible.

El joven submarinista yacía boca arriba, a escasos centímetros del nivel del mar, atorado entre un grupo de rocas irregulares que habían destrozado parte de su carne, atrapando su castigado cuerpo maltrecho entre sus oquedades, impidiéndole escapar o ser arrastrado por la corriente hacia la orilla. El cadáver permanecía mecido por la marea pero sin soltar su agarre, mecido caprichosamente, cada vez más deteriorado pero insensible ya a esos conceptos mundanos. No quedaban en él restos de su equipo de buceo, ni apenas carne o musculatura adherida al hueso astillado. Llevaba demasiado tiempo siendo pasto de las inclemencias medioambientales, del ambiente húmedo y de la propia naturaleza animal, que, en justa sintonía divina, lo había devorado a conciencia, dejando el hueso carcomido y pelado en un meticuloso aprovechamiento de todo lo comestible.

La calma continuaba inmutable día tras día, mes tras mes, y a pesar de no ser ya más que una unión fortuita de huesos y cartílagos, algo quedaba en él. No vida, no sentimientos, no sensaciones… pero algo quedaba, algo que le hacía sentir bien, aunque sentir tampoco fuera la palabra. Estaba donde debía estar, justo en el momento y en el estado en el que era… feliz. Estable, tal vez. En realidad no era tan difícil de explicar. Ese era su sitio y allí debía permanecer todo el tiempo posible. Siempre había amado el mar hasta desear darle su vida y su esencia más profunda. Era su sitio, sin más por qués ni más historias.


Ese mismo día, unos chicos, jugando a ver cuál de los tres cogía más cangrejos para cocerlos con agua y sal y comérselos para la cena, encontraron el cuerpo de Jose Juan encallado entre unas rocas de difícil acceso. A las pocas horas, la policía rescataba sus restos. Minutos más tarde, alejado de su apacible lugar de eterno reposo, se vio tristemente forzado a partir, al menos lo que quedaba de su esencia, y descansar en paz, o eso pensarían sus seres queridos, sin saber que ya estaba descansando justo donde quería hacerlo, en su amado mar.



lunes, 27 de abril de 2015

Salón Manga Jerez: Fotos varias

















Reseña sobre el precio de entradas del Salón Manga de Jerez 2015



Continúo con los post sobre el Salón Manga, pues aún me queda material para varios. Respecto al precio, pues no voy a decir más de lo que ya se ha comentado: mayor precio y menor calidad me parece una mala proporción. Ahí van algunos comentarios de tweeteros afines a la causa:









lunes, 20 de abril de 2015

Reseña sobre Salón Manga de Jerez 2015 referentes a la organización



Continuamos con los comentarios de los visitantes al evento, en esta ocasión dejo constancia de las alusiones directas contra la organización. Dejo claro, de nuevo, que no son mis opiniones, que son opiniones anónimas (bueno, no tan anónimas aunque he preferido respetar el anonimato de los tweeteros porque no les he pedido permiso para exponer sus datos o nicks), y que no tengo por qué estar de acuerdo con todas ellas, mucho menos con las más insultantes, pues creo que insultar no es la manera de solucionar las cosas, hay vías legales o reglamentarias para exponer nuestro malestar. Aún así, no seré yo quien censure a nadie. Ahí van: